miércoles, 19 de mayo de 2010

EL MOCHILERO

A Santiago Obligado



Disculpe señor, ¿de causalidad conoce a Diego? Un día dejó sus manos en mí y no he vuelto a verlo, no sé qué hacer, son muy inquietas. Pero sin él... Es rubio como la espiga, mis ojos recorren desde la Sierra Madre hasta la Patagonia, y buscan, buscan en cada hombre que lleva una mochila, en cada hombre que escala creen verlo. Ninguno tiene su rostro de línea europea, cuerpo de músculos exactos, imaginación de poeta resuelto. Vea usted estas manos perfectas. Tan perfectas que nos cuentan su historia de paisajes perdidos, de lugares lejanos, de abandonos certeros. Vea cómo alumbran los objetos cercanos y perdemos de vista todo lo que de ellas se aleja.

Ahhhh manos. ¡Qué manos! Dedos de vaivenes largos en mí fueron besos... calor hechicero que no puedo desprender si no lo encuentro. Mire qué uñas, ni largas ni cortas sólo para darles buena cara. Manos, manos que no dejaron dormir ni un centímetro de piel cuando estaba a mi lado. Sí señor, el día que se fue dijo “Mujer, en la mochila podés guardar tus sueños, dejo mis manos, voy a la montaña. No quiero dejarte sola. Necesito quien te proteja, ellas cuidarán de vos”.

Pero no regresa y empiezo a desesperarme. Si usted viera el dorado que visten cuando las toca el sol; corren por las veredas buscándolo, da pena su orfandad. No encuentro pausa y con ellas voy. Hemos visitado cada montaña de enero, entramos con la primavera en cada cerro y el otoño se dejó caer en nosotros, sólo un poco de calor mandó el cielo. A la Nieve, al Lobo, pregunto por él, ni la noche habla, la luna no comenta y la duda crece ante tanto silencio. Aquí tengo su nombre, dígale que cada minuto de vida estuvo en mí. La música de voz extranjera amarró a mis sentidos, noctámbula como eco destroza el poco descanso y no puedo dormir, ellas también despiertan; perturbadas se golpean contra la tierra buscando refugiarse en ella. A rastras, mi carne se unta más y las pupilas en un santiamén pierden galanura, una tristeza incesante no las suelta, pero eso no entienden las manos, día a día están más ausentes de mí por lapsos se descaran haciéndome responsable.
¡Ay, Señor! Algo maligno les sucede que ya no las controlo, de pronto me culpan y palpo su rabia acusándome... ¿Acaso piensa que estoy loca? ¡No se vaya!
Por favor...
¡Despréndalas del cuello!




Navojoa, Son., Julio 3 de 2001

Elia Casillas

martes, 18 de mayo de 2010

FRAGMENTOS (Demian Mazur)


FRAGMENTOS (Demian Mazur)

El verano adorna los pensamientos ociosos,
Es el tedio sombrío en la mirada simple...
No hay futuro que advierta la inocencia:

Luego de aplacar los sentimientos humanos;
No ser aquél hombre gordo, obsceno, triste.
Me he vuelto con los asesinos.


Canción de un día.

Canción de un día
que agita el verso
por las corrientes
de mis anhelos.

Flores prohibidas
el amor se muere
bajo mi lecho...

!Que al cielo brama,
recóndita luz!

De la garúa
en el encierro,

en el recuerdo
de tus pisadas.

El mar se duele
despinta el alba

!Calamidades!

Cuerpo sin cuerpo;
va la mortaja
de mis deseos.

Los ruidos rotos,
la misma suerte.
Los mismos miedos.

!Desencontrada!




eneleditorial.blogspot.com

Perros de la Noche

Los perros de la noche
por el oscuro sendero,
de un cielo acariciado.

¿Quién llevará el sol
en la espalda sin el
brillo luminoso de
tu ausencia?

_Son los silencios:
No los versos, ni las rimas.
No es la historia...

Cielos de camellos muertos
flotando cenagosos;
La casa y la arboleda.

Las lejías en la mañana,
de mar y cielo.

¿Por qué aquél hombre andando
plegarias?

El que fui;

Ya inerme de tu sola
ausencia;

Se abrirá las manos
con tenazas...

En las barbas del sol
en lo profundo del mar.


Carrusel


Carrusel de fuego que hunde mi pecho sofocado;
en la grava auxilia los breves socorros...

Deja marchar al vigía de los astros azules;
desclava sus ojos de la moneda ardiente...

Quita la zarza de sus cabellos castaños;
deja que la lluvia sea el cántaro de su voz.

jueves, 13 de mayo de 2010

Significante

Un día decidió volver. Así, sin más. Cerró la casa y salió, sólo llevando lo puesto. Caminó por las calles baldías del pueblo y llegó al páramo. Tardó en cruzarlo incontables días y noches, hasta encontrar el río azul y fragante en un amanecer polvoriento. Para entonces ya casi no recordaba desde dónde había partido. Bordeó el curso del río, subiéndolo hacia el poniente. Para éso tardó tantos días y tantas noches, como tantos días y tantas noches tragarían sucesivos solsticios y equinoccios. En este punto ya no sabía cuál era el tiempo del sueño o de la vigilia, y hasta había olvidado el hambre. Cuando el río se abrió en una salitrosa y sórdida laguna amarilla desvió sus pasos hacia los pastizales, y desde allí subió la sierra con la guía de las estrellas y descendió al valle con la luz del sol. Para entonces, además del olvido del hambre, ya no sentía ni calor ni frío, ni dolor en la árida piel de los pies. Ya no recordaba cuántos pájaros habían cruzado los cielos, cuántos animales se habían agazapado en el camino y cuántos hombres y mujeres habían vuelto la cabeza a su paso. Tampoco sabía, ya, de qué color habían sido sus ropas ni cuál había sido el largo de su pelo. Sólo recordaba el significado de ciertas palabras.
Cuando entró a la ciudad amurallada de colinas y sauces, el sol reventaba en el oeste. Saludó a las gentes con las que se cruzaba, obteniendo por respuesta miradas con el silencio de lo extraño. Nadie comprendía su voz ni su significado.
Al llegar a la plaza sólo una persona vibró ante su fosforescencia y admiró el color de té que había adquirido su piel en los años de camino. Sólo una persona comprendió su lenguaje. Sólo una persona había estado esperando.


Silvia Zappia

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